Prólogo:
"Aprendí a ser formal y cortés...
Y tuve
muchos maestros
de que
aprender
solo
conocían su ciencia y el deber
Nadie se
animó a decir una verdad
siempre el
miedo fue tonto...
(Sui Géneris)
La vulnerabilidad de la niña de pelo
largo, provocaba un placer infinito en aquel hombre (el hombre se sabía bello),
que gozaba del poder que tenían sus palabras sobre el coraje de la niña de pelo
largo, aunque no lo sabía a ciencia cierta.
Todo un "winnercito", el "machito"
había rechazado alborozado su propuesta, clavándole un dardo poético tan
enrevesado como soberbio, abusando de la ingenuidad y entrega de la niña de
pelo largo.
Ya en su despacho, desde las
alturas, ordenó a la secretara "Primero
llamá a Pérez, tengo reunión a qué hora" y siempre desde ahí arriba,
le hizo una guiñada. La secretaria se puso nerviosa, el hombre gozó tanto del
poder que sus palabras ejercían en esa mujer que no era una niña, pero al igual
que a la otra, a la niña, controlaba excitado.
Mil móviles, quinientos en cada
mano, habían formado la orquesta vespertina, la Voz, los xilófonos, las
flautas, ay esas flautas... de niño el hombre soñaba con tocar en Hamelín.
Ya con los ojos cerrados, agotado
por la vorágine del día, el hombre no podía conciliar el sueño, ¡Andate!- Nada
- ¡Andate! - Nada. (El dardo ahora no tenía donde apuntar)
El hombre, desarmado, después de
gritar mil "Andates", y sin
poder conseguirlo, a eso de las dos de la mañana, se levantó furioso a tomar un
sonmífero.
La niña de pelo largo finalmente se
había marchado, luego de él haber explotado.