Capítulo 4. Aprendizaje.


Prólogo:
"Aprendí a ser formal y cortés...
Y tuve muchos maestros
de que aprender
solo conocían su ciencia y el deber
Nadie se animó a decir una verdad
siempre el miedo fue tonto...
(Sui Géneris)

La vulnerabilidad de la niña de pelo largo, provocaba un placer infinito en aquel hombre (el hombre se sabía bello), que gozaba del poder que tenían sus palabras sobre el coraje de la niña de pelo largo, aunque no lo sabía a ciencia cierta.

Todo un "winnercito", el "machito" había rechazado alborozado su propuesta, clavándole un dardo poético tan enrevesado como soberbio, abusando de la ingenuidad y entrega de la niña de pelo largo.

Ya en su despacho, desde las alturas, ordenó a la secretara "Primero llamá a Pérez, tengo reunión a qué hora" y siempre desde ahí arriba, le hizo una guiñada. La secretaria se puso nerviosa, el hombre gozó tanto del poder que sus palabras ejercían en esa mujer que no era una niña, pero al igual que a la otra, a la niña, controlaba excitado.

Mil móviles, quinientos en cada mano, habían formado la orquesta vespertina, la Voz, los xilófonos, las flautas, ay esas flautas... de niño el hombre soñaba con tocar en Hamelín.

Ya con los ojos cerrados, agotado por la vorágine del día, el hombre no podía conciliar el sueño, ¡Andate!- Nada - ¡Andate! - Nada. (El dardo ahora no tenía donde apuntar)

El hombre, desarmado, después de gritar mil "Andates", y sin poder conseguirlo, a eso de las dos de la mañana, se levantó furioso a tomar un sonmífero.

La niña de pelo largo finalmente se había marchado, luego de él haber explotado.